El Chingolo
El viento del sur acostumbraba no hacerse anunciar por
nadie. Ningún signo preparaba al hombre, y cuando el viento soplaba con fuerza
sin darle tiempo a defenderse, el hombre se sorprendía. A veces lo tomaba en el
campo arreando los animales o cortando paja brava en los bañados para techar su
rancho, o realizando cualquier otra tarea, pero siempre alejado de las casas.
Venia
el viento y desgajaba los arboles. Si encontraba abiertas las ventanas y las
puertas del rancho, entraba sin pedir permiso y, a veces, levantaba parte del
techo mismo.
Un día el chingolo vio la aflicción del hombre y le dijo:
-Desde hoy en adelante me quedare cerca de ti para darte
aviso cuando el viento quiera soplar.
En mis silbos te diré: “Vientito sur”, como señal para que
no te encuentre desprevenido… No te pido otra cosa sino tu amistad. Tienes la
mía. ¿Puedo contar con la tuya?
-Cuenta con ella.
Desde entonces, el chingolito llega a las casas, anda por
el patio y hasta suele entrar en las habitaciones, sin temor alguno porque sabe
que nadie será capaz de hacerle mal.
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