Los Churrinches
Bastó una chispa pequeñísima para incendiar el árbol.
La trajo el viento. La incrusto en el tronco y el árbol
solitario del camino se sintió herido. Sufrió en silencio.
Retorció sus ramas. Quiso desprenderse de la tierra, huir…
¡Imposible! El fuego siguió horadando el tronco, aprovechando la corteza sin
vida para prender con más fuerza.
Brotó una llama, después otra, y otra más. Las lenguas de
fuego tomaron cuerpo, incendiaron las ramas, las hojas… Parecía un árbol de
fuego clamando al cielo, desesperadamente, por la lluvia salvadora. Sufría por
él, por los insectos, por los pichones que clamaban en el nido.
¿Quién avisó a los padres de los pichones, el riesgo de
muerte que corrían sus pequeños? ¿El viento? ¿El cielo?... Regresaron apresuradamente.
Y arriesgándolo todo, se metieron entre las llamas,
buscaron su nido y alcanzaron a sacar sus pichones y llevarlos en el pico hasta
ponerlos a salvo.
Pero de allí salieron encendidos como brasas.
Y así andan ahora por la vida, vestidos de héroes, los
churrinches, a quienes los guaraníes llamaban “cuarahiyaras”, los dueños del
sol.
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