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Leyendas: Un Patrimonio Invaluable

         Gran parte de la esencia cultural de un pueblo son sus historias.   Rescatar leyendas, atesoradas en el patrimonio de familias  y  vecinos resulta interesante que cuando cae la tarde, en algún lugar de estas tierras, mientras una abuela ceba un mate su nieta escucha historias de ese lugar. En esta recopilación rescatadas, están reflejadas las creencias de nuestro entorno y son un reflejo de la identidad de nuestra gente que viene contándose de boca en boca, creando una imagen del mundo, en el que se sumergen seres y hechos sobrenaturales, que todos podemos reconocer y asegurar que si existieron. En las narraciones, es factible contemplar el paisaje con una mirada formidable de la naturaleza, desentrañando entre otros el misterio de algunos pájaros como la paloma de la puñalada, el chingolo, los churrinches… y las plantas como el girasol, trigo, ceibo, chañar… Lo interesante de esta nueva propuesta está en el lenguaje que utilizamos, lleno de lugares habituales, de situac

Leyenda de la Yerba Mate

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El Rayo

               Ocurrió en El Fical, un 1 de enero cuando toda la gente celebraba el año nuevo, en este lugar, las familias ese día, suelen ir al agua Negra (un balneario cercano). Ese día en la tarde comenzaron aparecer en el cielo unos nubarrones que avizoraban una lluvia grande, con truenos y relámpagos. La familia Balmaceda que justo se día se quedó en la casa, al ver que la tormenta se aproximaba, decidieron ir a tapar el agua que estaba regando su sembrado. El padre invito a su hija mayor a que lo acompañara, llevo una anchada para hacer el tapón en la acequia. Doña Pepa su señora quedo con los otros hijos menores.   Comenzó a caer mucha agua, en el cielo se vio una luz que zigzagueaba, varias personas del lugar la vieron y en ese mismo instante en la casa de doña Pepa, se rompió un espejo grande que estaba colgado en la pared. Ella expreso Dios mío que desgracia tan grande ira o ocurrir en la familia. Al pasar horas y ver que su marido y su hija no regresaban, ella decidió

Leyenda del Hornero

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La Leyenda del Girasol

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               Pirayú y Mandió, los caciques de dos tribus vecinas, vivían a orillas del rio Paraná y eran   muy buenos amigos, por eso entre sus pueblos reinaba la paz. Un día, Mandio quiso unir las dos tribus y para eso le pidió a Pirayu que le permitiera casarse con su hermosa hija Carandaí. Pirayu le respondió angustiado que eso sería imposible, porque desde pequeña ella sentía una gran admiración por el Sol, y se pasaba lo días sentada a orillas del rio mirándolo brillar en el cielo, y que, durante la noche y los días nublados, solo lloraba y lloraba, hasta que el sol volvía aparecer. El cacique Mandio se enojo mucho y se alejo sin decir ni una palabra. Pasaron los días y las dos tribus, aunque se extrañaban, no volvieron a saber una de la otra. Una hermosa tarde, Carandaí se encontraba navegando en su canoa y disfrutaba de la puesta del sol, cuando vio que su aldea estaba rodeada de fuego. Remo con fuerza hasta alcanzar la orilla y allí se encontró con Mandio que le

La Leyenda del Trigo

          Tan juguetona era la luna que un día, por divertirse, se burlo del viejo y gruñón Rey Sol. Alegre reía de su broma cuando, cansado ya el Rey Sol, le castigo dejándola a oscuras. -¡Pobre de mí!...- gemía la pobrecita Luna-, ¡Yo no quise ofender a mi Rey Sol! ¡Perdón!... ¡Perdón!... Las lagrimas de la afligida Luna caían cual lluvia helada y las estrellas se apiadaron de la picara arrepentida. Pidieron al Rey Sol que la perdonara. Rey Sol, que es todo bondad, accedió al pedido de las estrellitas. Recogió una a una las lágrimas de la pálida viajera de la noche, las vistió de luz y las lanzo al espacio. Así llego el trigo al mundo.   Blanco por dentro, dorado por fuera y tierno como lagrimas de arrepentimiento. La luna, firme en su propósito de ser buena, después de aparecer redonda y blanca en el cielo nocturno, llora un poquito todas las noches, para que a nosotros no nos falte nunca el pan.

Leyenda de la Flor del Ceibo

          Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran   dueños… Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad. Anahi fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Paso muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logro escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva. El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahi, quien al rato, fue alcanzada por los conquis

Los Churrinches

             Bastó una chispa pequeñísima para incendiar el árbol. La trajo el viento. La incrusto en el tronco y el árbol solitario del camino se sintió herido. Sufrió en silencio. Retorció sus ramas. Quiso desprenderse de la tierra, huir… ¡Imposible! El fuego siguió horadando el tronco, aprovechando la corteza sin vida para prender con más fuerza. Brotó una llama, después otra, y otra más. Las lenguas de fuego tomaron cuerpo, incendiaron las ramas, las hojas… Parecía un árbol de fuego clamando al cielo, desesperadamente, por la lluvia salvadora. Sufría por él, por los insectos, por los pichones que clamaban en el nido. ¿Quién avisó a los padres de los pichones, el riesgo de muerte que corrían sus pequeños? ¿El viento? ¿El cielo?... Regresaron apresuradamente. Y arriesgándolo todo, se metieron entre las llamas, buscaron su nido y alcanzaron a sacar sus pichones y llevarlos en el pico hasta ponerlos a salvo. Pero de allí salieron encendidos como brasas. Y así andan ahora